Por: Yoel García León/Trabajadores
Esta historia tiene un nombre, pero prefiero revelarlo a partir del encuentro feliz entre una sonrisa desprejuiciada y limpia con un implemento tan rudo y pesado como el martillo, usado en el atletismo para probar fuerza y destreza mientras vuela por encima de un campo verde hasta caer bien lejos, allá por los 70, 75, y últimamente sobre los 81 metros. Seguir leyendo