Hablando de apagones.


Dr. Néstor García Iturbe

apagones15 Recientemente Cuba sufrió un apagón que afectó prácticamente la mitad de la isla. De acuerdo con el tiempo que dicho apagón estuvo vigente, un poco más de seis horas, puede considerarse un apagón importante.
Algunas personas que residen en Estados Unidos y que además no pueden calificarse de amigos de la revolución, trataron de hacer lo posible para utilizar el apagón como un instrumento en contra de Cuba, e inclusive incitaron a desafectos locales para que aprovecharan el apagón y realizaran actividades contrarias a los intereses económicos y políticos de nuestra nación.
Como resultado de todo esto, el fluido eléctrico se restableció pasadas las dos de la mañana, aproximadamente seis horas después de haberse originado la falla eléctrica. La población se mantuvo en calma, algunos sacaron el sillón para la acera, con el propósito de tomar un poco de fresco, otros, como sucedió en la barriada donde resido, decidieron caminar hasta el Malecón y acostarse en el muro, para aprovechar la refrescante brisa marina. En general, a los inconvenientes del apagón, en toda la zona afectada no se sumaron hechos extraordinarios.
Quizás fue una de las noches más tranquilas de este verano, sobre todo si tomamos en consideración las de los carnavales. Al menos no se reportaron incidentes fuera de lo común y sin un esfuerzo adicional, la policía mantuvo bajo control las situaciones que surgieron.
«Llegó la luz». Fin de la historia.

 

Como los apagones no son un fenómeno exclusivo del socialismo, vamos a tomar como referencia un apagón que se originó en otro país totalmente distinto al nuestro, Estados Unidos.
El 13 de julio del año 1977 las luces de la «Gran Manzana», la llamada por muchos «Capital del Mundo», colapsaron. ¡UN APAGÓN EN NEW YORK!
Eran las 8:37 de la noche, cuando estaba comenzando a cenar en el apartamento donde residía, el F-West, del piso 34, en las llamadas Rupert Towers, tres edificios de 42 plantas cada uno, situadas en la calle 92 esquina a Tercera Avenida, en la parte alta de la ciudad de New York, se apagó la luz.
Por los grandes ventanales de mi apartamento se podía divisar el Rio del Este, más de la mitad del Bronx y una buena parte del Queens. Ese era el panorama que estaba frente a mí cuando comenzó el apagón. Casi inmediatamente a la pérdida de fluido eléctrico en mi casa, pude observar como el Queens queda a oscuras. No pasaron dos minutos para que el Bronx también se sumiera en las tinieblas.
«Busca la vela» fue la frase que pronuncié en aquel momento. Cuando llegamos a New York y fuimos a realizar nuestras primeras compras yo insistí en comprar una vela, a pesar de que todos dijeron que eso no era necesario, porque allí no había apagones. Cuando llegó la oscuridad, el único inquilino que tenía una vela en todo Rupert Towers era yo.
Corté la vela a la mitad, para dejar a mi familia con algo de luz y con la otra mitad comencé a bajar los 34 pisos para dirigirme a la Misión de Cuba ante las Naciones Unidas, pues en medio del apagón, mi lugar estaba allá, protegiendo la Misión.
Cuando los residentes en los otros pisos vieron bajar una vela por la escalera interior de incendios, se sumaron al que la llevaba y cuando llegué al lobby del edificio, mas de cuarenta personas venían tras de mí. Uno de los vecinos me ofreció veinte dólares por el pedazo de vela, otro subió la oferta a cuarenta. Yo continué mi camino vela en mano.
El viaje a la misión todavía no estaba resuelto. Bajé al sótano para buscar el carro. El parqueador no quería ir a buscarlo, eran tres pisos hacia abajo y todo estaba muy oscuro. Un billete de veinte dólares salvó la situación, además, el parqueador tenía una linterna.
El viaje a la Misión no fue fácil. Con todos los semáforos apagados, moverse desde la calle 92 hasta la calle 67 era una verdadera odisea, pues todo el que estaba transitando consideraba tenía derecho a continuar y no parar en las esquinas. En ese momento no había calles preferenciales ni secundarias, tampoco policías para regular el tránsito. Era una situación de «sálvese quien pueda». (En aquellos momentos la Misión estaba en el número 6-Este de la calle 67, años más tarde se mudó para la Avenida Lexington y calle 38, donde se encuentra en la actualidad)
Tampoco era aconsejable parar el auto. En las calles, decenas de personas rompían vidrieras para saquear los establecimientos, caminaban por las aceras con televisores en la cabeza y otros equipos, sacos de arroz y cuanta cosa pudieran robar. Sin fluido eléctrico no había alarma que sonara. Era importante manejar con los cristales de las ventanillas subidos y las puertas con los seguros puestos.
Finalmente llegué a la Misión, que se encontraba en zafarrancho de combate, pues los compañeros que estaban de guardia, más los que vivían en el edificio, habían aplicado el Plan de Defensa. Los AKM y las pistolas estaban listas para defender la Misión.
En aquellos momentos los teléfonos no funcionaban y como ya expliqué, era una locura moverse por las calles, aunque se realizara en carro, sin embargo, todos los funcionarios de la misión que vivían fuera de la misma comenzaron a llegar.
Nadie los había podido llamar para que se presentaran, como dije no funcionaban los teléfonos, pero la responsabilidad individual de cada uno, su deber de estar en el puesto que le correspondía para defender la Misión fue el mejor aviso, era un aviso que estaba presente en la mente de todos.
En las calles de los cinco barrios de la ciudad de New York reinaba el caos. Transcurridas unas cuanta horas comenzó a funcionar el teléfono y se decidió regresaran a sus casas los funcionarios que vivían a mayor distancia de la Misión, sobre todo para que pudieran estar con su familia. Los compañeros llamaron a sus casas para conocer la situación en las mismas. No había problema alguno.
Aún era de madrugada, por lo que se organizó una especie de guardia rotativa. Los funcionarios que vivían mas cerca quedaban de guardia hasta el amanecer. Los que en ese momento regresaban a sus casas entrarían en horas de la mañana y los de la guardia nocturna irían a sus casas.
En las primeras horas de la mañana se restableció el fluido eléctrico en aquella zona, pero el resto de la ciudad continuaba sin ese servicio. (La Misión estaba en una zona de la ciudad donde vivía la clase más poderosa económicamente, la zona Este del Mid-Town, por lo que no creo que haya sido una coincidencia que fuera el primer lugar donde se restableció el servicio)
Cuando llegó mi relevo llamé a la casa, para conocer como estaba todo. La falta de electricidad no permitía que funcionaran las bombas que abastecían de agua el edificio. Los grandes ventanales, por razones de seguridad, podían abrirse aproximadamente una pulgada, el aire acondicionado no funcionaba, el calor dentro del apartamento era fuerte y como es natural ni hablar de refrigerador, ventilador o cualquier otro equipo eléctrico. La cocina eléctrica no funcionaba. Ya se habían comido todo el pan y galletas existentes, quedaban algunas frutas y latería. Pedí cordura, explique que salía de inmediato y prometí tratar de resolver algo.
Antes de salir llené con agua dos recipientes de un galón, los puse en el carro y me lancé de nuevo en la odisea de cruzar Manhattan con los semáforos apagados hasta llegar a mi casa. Si de noche el espectáculo era serio, de día se podía ver las consecuencias del apagón. Vidrieras rotas, rejas arrancadas, tiendas saqueadas, bancos con señales de haber pretendido penetrar en los mismos, objetos tirados en las aceras que denunciaban ser consecuencia de los robos.
En el camino encontré un supermercado abierto. No lo habían saqueado pero los clientes prácticamente habían acabado con toda la mercancía. Pude comprar tres paquetes de pan, dos latas de sardinas y un paquete de leche en polvo, suficiente para satisfacer momentáneamente las necesidades de mi familia, atrincherada en el piso 34.
Cuando llegué al garaje, nuevamente la tragedia con el parqueador, ahora era que no quería bajar el carro y subir caminando, tenía miedo. Nuevamente el billete de veinte dólares solucionó el problema.
Inicié la subida por la escalera interior de incendio, desde el sótano hasta el piso 34, no funcionaban los elevadores. Llevaba dos galones de agua, una jaba con comida y una de las linternas de seguridad que existían en la Misión. Aproximadamente en el piso 8 hice la primera escala, después de varios minutos y recobrar el aliento, continué más o menos hasta el piso 15, donde realice la segunda escala.
Fue en ese lugar donde comencé a cuestionarme si debía continuar con toda la carga o dejar algo. Decidí hacer una parada un poco más larga y continuar con toda la carga. Recuerdo que paré tres o cuatro veces antes de llegar a la puerta de mi apartamento, donde fui recibido por mi familia, con la mayor alegría del mundo además del hambre y la sed del que atraviesa el desierto de Sahara.
Considero conveniente agregar, a este relato personal, algunos datos, no todos, de aquel apagón, que no fue el primero, porque en el año 1965 había existido un antecedente y en el año 2003 de nuevo las luces se apagaron, aunque en honor a la verdad el de 1977 puede decirse que fue el que duró mayor tiempo y el que afectó el área más amplia.
-Comenzó el 13 de julio de 1944 y terminó el 14. Tuvo una duración aproximada de 26 horas.
-Puede decirse que colapsó todo el sistema eléctrico de la ciudad de New York, salvo una pequeña porción del barrio de Queens que recibía el suministro de una planta fuera del sistema.
-Se registraron saqueos de tiendas en 31 barriadas de los cinco barrios que conforman la ciudad.
-En cinco cuadras de la barriada de Crown Heights fueron saqueadas 75 tiendas, de las cuales muchas además fueron quemadas.
– En la barriada de Bushwick saquearon 25 tiendas, posteriormente las quemaron.
-En Brooklyn, en un área de 35 cuadras, saquearon 134 tiendas de las que incendiaron 45.
-En el Bronx, además del saqueo de tiendas, se robaron 50 autos de la agencia Pontiac.
-En el metro quedaron atrapadas 4,000 personas. En elevadores la cifra de atrapados superó los 10,000.
– En total, en esos dos días, saquearon 1,616 tiendas, de las que quemaron 1037, resultaron heridos 550 policías, detenidos 4,500 asaltantes y 100 personas muertas.
Uno de los muertos lo fue un tintorero, que era miembro de la Casa de las Américas, organización de apoyo a Cuba existente en la ciudad de New York.
Cuando comenzó el apagón el tintorero cerró el negocio y se dirigió al carro para regresar a la casa. Mientras estaba abriendo la puerta del carro tres malhechores quisieron asaltarlo, el trató de defenderse con un revolver que tenía. Le quitaron el arma y lo mataron con ella.
Además de quitarle cartera, reloj y todo lo que llevaba encima, cogieron las llaves del auto y de la tintorería. Abrieron el establecimiento y comenzaron a meter ropa en el auto, con el que se marcharon del lugar de los hechos.
Todo esto fue relatado por un policía que estaba escondido cerca del lugar, pero que no se atrevió a intervenir en el asunto.
Con estos elementos, comparen ustedes lo que es un apagón en la Habana y otro en New York. Como dice el amigo Taladrid, «Saque usted sus propias conclusiones».

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