Hablemos de Robles, pues


dayron-y-carlos-620x270

Nota del editor: En un artículo anterior se planteó mantener informados a los internautas sobre el caso Dayron Robles y la polémica con la Federación Cubana de Atletismo, publicado como una saga del sitio OnCuba, cumpliendo nuestra promesa le acercamos un segundo trabajo del periodista Carlos Manuel Álvarez con quien apenas estamos de acuerdo pero no dejamos de publicarlo pues tiene valores, tanto su forma de escribir como su honestidad al hacerlo, no obstante discrepamos con sus criterios personales sobre este asunto demostrando que toma partido totalmente hacia una de las partes en este conflicto, fabricado o no. Además, lo que parecía una entrevista termina siendo una apología a Dayron Robles, y críticas sin gran sustento no solo al organismo deportivo cubano sino al sistema, algo con lo que no concordamos. 

Carlos Manuel Álvarez. Tomado de OnCuba.

Dayron Robles, gracias a Dios, no es el intelectual que los grises comentaristas de la televisión nos dijeron que era. La primera vez que nos encontramos -once de la mañana del pasado 14 de noviembre-, Robles iniciaba su jornada de entrenamiento: calentaba los músculos y conversaba expeditamente con otras dos personas sobre la importancia de hacerle caso ciego al santo que te tocó. “No sé por qué hizo eso”, decía, refiriéndose a un tercero, o a un cuarto, “si a ti te aclaran que ese es tu camino, no te salgas de ahí, man.” Los otros dos escuchaban extasiados, más porque era Dayron Robles que porque lo que estuviera diciendo fuese revelador. No lo era, de hecho. Todos conocemos de antemano la importancia de hacerle caso a nuestro santo, no hace falta que Robles nos lo recuerde.

La primera pregunta de esta saga sería la siguiente, una pregunta básicamente sincrética: ¿a qué santo le hizo caso Robles? ¿Quién le aconsejó que se contratara por el Mónaco y que asumiera semejante duelo contra los antediluvianos organismos que rigen el deporte en este país? ¿Quién le prestó el hacha? ¿Shangó?

Unos minutos después me acerqué y le pregunté por qué estaba entrenando en ese gimnasio, evidentemente un gimnasio en el que ningún campeón olímpico entrenaría. Me miró fijo y me contestó que por necesidad, con un tono categórico y soberbio a la vez, el tono para las preguntas tontas. Luego prosiguió con su carga de ejercicios extenuantes y yo lo fui persiguiendo por todas las esquinas. Robles me dijo que le encantaban los dulces y los helados, pero que ya él estaba programado para no pedir postre en ningún lugar. Me preguntó si me gustaba la sala Atril y yo le dije, por decir algo, que me gustaba Don Cangrejo. Le pregunté si era muy farandulero y me dijo que no. No le pregunté por Isinbaieva y el presunto romance entre ambos porque, formado en la moral socialista, mi lado paparazzi aún no se ha desarrollado del todo. Hablamos, por otra parte, de fisiculturismo, un tema del cual ninguno de los dos conocíamos nada, aunque Robles sabía un poco más que yo. Observábamos detenidamente unas fotos de –creo- Frank Zane, y otras de Ronnie Coleman, y lanzábamos criterios al vuelo.

Robles decía que esa gente, para alcanzar la perfección física, debía pasar meses enteros sin sexo. A mí no me parecía que ese desperdicio, esa proliferación de músculos fuera sinónimo de perfección física, y me espantó la idea de permanecer meses sin sexo. Me miré con disimulo y me sentí orgulloso de mi cuerpo flaco. Le pregunté a Robles si lo del sexo era real y me dijo que por supuesto, que si él tenía limitaciones, los fisiculturistas la tenían mucho más. Intenté bromear y le dije que entonces, para bajar de trece segundos, ni postre ni mujeres, pero Robles no mordió el anzuelo. Sonrió apenas y me dijo que no era tan así. Yo me figuré a Isinbaieva y pensé lo que ha pensado todo el mundo: que si los comentarios eran ciertos Robles se había puesto las botas. Con una concubina como Isinbaieva valía la pena el sexo trimestral.

Luego Robles concluyó el entrenamiento y comenzamos la entrevista. Luego cada uno cogió por su lado. No sé qué le parecí, probablemente ya me haya olvidado, pero a mí Robles me dejó una grata impresión, durante las dos horas que conversamos. No es un Lord, ciertamente, no sé a qué sesudo, desesperado por acuñar un epíteto, se le ocurrió que Robles, conversador y extrovertido, merecía tan inglesa categoría.

Ya he dicho que desborda el ímpetu del guerrero que equivocadamente han dado por muerto, lo cual implica que posiblemente Robles nos saque un susto. No me parece que sea inocente, pero si dependiera de mí –que creo en la pertinencia del error humano-, Robles quedaría rehabilitado al instante. En lo que no creo es en la pertinencia del error del sistema, en el ajusticiamiento personal mientras se invocan las cosas abstractas, con la mano en la Biblia de los lineamientos: la Patria, el socialismo, la gloria del pueblo; tópicos que nadie sabe lo que nombran, ni lo que significan. Por eso me satisficiera mucho que Robles, si se ve finalmente compulsado a renunciar a Cuba, ganara un Mundial u otra Olimpiada, ya sea por Francia o por Burundi, para que aprendamos de una vez que la nación no es el negocio que nos están diciendo que es.

Llegado a este punto, podríamos arriesgar un par de hipótesis sobre el caso que nos ocupa. ¿Cuál es el detonante de esta trifulca? ¿Qué tipo de metraje estamos presenciando? Pudiera tratarse, en principio, de una cuestión pasional. Alguien de la Federación de Atletismo se enamoró de Isinbaieva y le molestó que el agraciado fuese Robles. Tal vez si Robles declarara que su affaire con Isinbaieva es falso, o si renunciara públicamente a su amor por la rusa (todos estamos enamorados de Isinbaieva), la Federación de Atletismo decida concederle la oportunidad del diálogo.

Pudiera tratarse, también, de un típico caso de novela negra. Lo que nos desconcierta, lo que me desconcierta a mí, incluso después de haber entrevistado al propio Robles y a Santiago Antúnez, es que todavía algo permanece oculto, algo que no sabemos qué es, como si ambas partes –igualmente incriminadas- nos estuvieran tomando el pelo todo el tiempo. Nadie se lanza a fondo, y es casi seguro que ya no sucederá. Juantorena deja crecer y en cierto sentido confirma el rumor sobre la falsedad de las lesiones de Robles. Robles se insulta y dice que el propio Juantorena estuvo en los exámenes, que semejante declaración es una falta de respeto no solo a su persona, sino también a Tony Castro y al doctor Álvarez Cambras, es decir, dos pesos pesados, dos nombres con los que a Juantorena la pelea se le pone cuesta arriba.

Tras la lesión de Berlín 2009, la prensa y los federativos apoyan a Robles y condenan airadamente cualquier duda sobre su integridad moral. Luego llega el 2010 y con el 2010 su primera solicitud de baja del equipo nacional. Tras la lesión de Londres, hace apenas un año y tanto, Robles se queda solo. Había declarado que al concluir la Olimpiada se retiraría y después de la lesión de la final nadie le tiende una mano. Nadie menciona su caso, como si se hubieran cansado de sus malcriadeces (Antúnez me dijo que las lesiones no podían ser fingidas, porque quién no quiere ser campeón olímpico o mundial. En Berlín, Robles no tenía rivales, pero en Londres nadie le ganaba a Merritt).

¿Cuál es el quid? La Federación lo abandona porque sabe que Robles nunca hará público la falsedad de sus lesiones, nunca se sacrificará a sí mismo. Robles se marcha tranquilo y acomete el atrevimiento de competir en Turín sin permiso de nadie, pero le sorprende que la Federación vaya tan lejos, y que en pos de desacreditarlo insinúe que sus lesiones fueron puros embustes. Robles creyó que la Federación nunca haría algo semejante, porque en un momento determinado la Federación lo encubrió, la Federación fue cómplice, y la Federación no estaría dispuesta a poner en juego su presunta dignidad, que es lo que más a la Federación le interesa. Pero la Federación lo hace, viola el pacto, deja entender que Robles ha mentido. No lo afirma categóricamente, porque afirmar que Robles mintió, sería reconocer que la Federación también lo hizo. Robles se encuentra de golpe contra las cuerdas y recuerda sutilmente a Tony Castro y a Álvarez Cambras, como para que no se atrevan a seguir, como para que no tensen más el arco, como para que no intenten soltarle toda la culpa. Creernos que Robles engañó a los directivos es un consuelo. Nadie hace nada a espaldas de la Federación. La Federación todo lo ve.

¿Por qué sucede todo esto? Porque la Federación no le ha pagado a Robles, entonces Robles, como respuesta, tira las competiciones por la borda. Para tapar las violaciones legales, las molestias de los atletas, y el modo en que desprotege a sus campeones, la Federación acepta hacerse eco de las lesiones. Pero luego la Federación sigue sin pagar, Robles sigue protestón, y luego la Federación se cansa y lo deja solo, y luego Robles, que no está muerto ni lo estará, se presenta en Turín, y sobreviene el acabose.

Pudiera tratarse, además, de un caso de realismo socialista. Tal vez las lesiones fueran reales, tal vez lo que no le perdonen a Robles es que haya desafiado al poder, y el poder, iracundo, se está encargando de hacerle saber que hay cosas que no se desafían, por más recordista que uno sea. La historia de Robles, ahora mismo, es la triste historia de alguien a quien están expulsando de Cuba, de alguien que no quiere irse, de alguien que no quiere nada, solo una mínima brecha para competir por su país. Pero Robles puede cansarse, porque Cuba no es eterna, y ya no sería culpa suya regalarle un podio a Francia o a Burundi.

Que no compite estrictamente por una cuestión económica parece creíble, porque Robles no se contrató por el Mónaco hasta que la IAAF lo puso entre la espada y la pared. Robles, a tono con la filosofía nacional, rebaja la importancia del dinero, pero que haya armado tanto desbarajuste por dinero es una razón muy comprensible, la única, realmente. Robles merecía, si quería, una casa en el centro de Miramar, merecía un por ciento decente de los premios que alcanzaba, merecía condiciones respetables de entrenamiento, seguridad material, y no que pisotearan constantemente su estima y se guardaran el fruto de su esfuerzo.

Pudiera tratarse de otras muchas cosas. Esta es la antigua fábula de alguien que toca el cielo en su primera juventud y que luego cae estrepitosamente. En el capitalismo, desprecian a las estrellas cuando se apagan, cuando ya no le pueden sacar un céntimo. Es lo que nos repiten desde muchachos. Lo que nadie nos ha dicho nunca es que Cuba posee la graciosa característica de despreciar a sus estrellas justamente cuando alumbran, de desecharlas en pleno fulgor, quizás por nuestra manía de no parecer capitalistas. No importa que no seamos solventes, ni juiciosos, solo no se nos puede confundir con el enemigo.

En la entrevista, Robles reconoce el mérito del estado cubano porque a partir de enero permitirá que los atletas firmen contratos profesionales, y luego dice que hoy se está abogando (en Cuba siempre se está abogando) porque se denuncien los problemas, tal como él hizo. Robles, después de cada declaración atrevida, pone el parche. Eso es lo que hacen todos, el parche viene por decreto. Robles se lanza, y luego intenta demostrar su disponibilidad, su compromiso, exactamente como los que denuncian un caso de corrupción, o arrojan, temerosos, la más diminuta crítica, y después citan sin venir a cuento el discurso oficial. Robles se cubre los golpes, pero al menos pelea.

Robles –no tiene que decirlo para que nosotros lo sepamos- regresó a La Habana porque la nueva ley del deporte le ofrece una oportunidad única. Sucede que se adelantó unos meses a la hora de contratarse (en ese sentido es un precursor), y no importa que sea ciudadano cubano y que la ley lo incluya. Robles sabe bien que si se le metió a alguien entre ceja y ceja, tendrá que recalar allende los mares. Robles se ha equivocado muchas veces, pero en el principio de todo es inocente. Es un muchacho de poco más de veinte años, campeón olímpico y recordista del mundo, a quien de repente no quieren recompensar con lo que le toca. Sus meteduras de pata, sus idas y venidas, sus presiones y retrocesos son el resultado de alguien que quiere que sus superiores repiensen el tema, es un alarido en el oído del sordo.

Me temo que la única lectura que podemos sacar de la Federación Cubana de Atletismo es su grisura insoslayable, fisiculturistas que son. Robles, en cambio, entraña tantas posibilidades que es actualmente nuestra más inagotable metáfora. Ha puesto al descubierto la mayúscula incongruencia entre las últimas leyes políticas del país –como la ley migratoria- y los edictos que rigen la comarca feudal del INDER. Ha puesto al descubierto nuestra minoría de edad. Robles –como dijo Bolaño de Cela- es un tipo peligrosamente parecido a nosotros. Ojalá que baje de trece segundos, y que se case con Isinbaieva. Donde le dé la gana, en una Iglesia Ortodoxa o en un altar afrocubano, pero que no nos invite a la boda.

dayron2-620x270

Un comentario en “Hablemos de Robles, pues

  1. NOVA_boy dijo:

    Muy bueno el artículo y gracias a este blog por mantenernos informados de esta penosa situación. La problemática que se ha cernido sobre la persona de Dayron Robles es sin lugar a dudas causa de viejos lastres que aun pesan sobre la mentalidad del cubano tras medio siglo de medidas que a pesar de haber sido correctas en su momento no están acordes con las que se van implementando en la actualidad. Espero que los directivos del Inder, logren reconocer y adaptarse a los nuevos tiempos, donde los intentos de vivir con un poco más de decoro o bajo otros preceptos, no han de ser causa para olvidar una vida de logros a favor del deporte cubano.

Replica a NOVA_boy Cancelar la respuesta